jueves, 30 de abril de 2020

Romanticismo en la Sílfide


El romanticismo en la danza inicia la paradoja de la libertad y la naturaleza en términos de movimiento. El foco de investigación interpretativa encuentra en un expreso fenómeno de presentación formal (las puntas) un hito histórico en el cambio de paradigma del desplazamiento libre y natural. Resulta interesante resaltar que, a partir de este acontecimiento, se formó un modelo dancístico que deriva en una rigidez o un canon expresivo disciplinado, donde el cuerpo es considerado medio de ejecución del arte dancístico, no finalidad en sí.
El desafío estético de Marie Tagligoni fijó categorías dancísticas que encuentran pertinencia a la luz de ciertos fenómenos ocurridos en el discurso actual de la danza. La tarea de búsqueda y vinculación permite asimilar qué sucedió desde la innovación hasta el canon con la forma romántica de presentación. La danza en puntas no es propia del esquema clásico del ballet (llamado Royal) sino romántico. Las características que se resaltan dentro de la obra elegida suponen puntos clave de la forma de proceder del romanticismo; rescate por el costumbrismo y folklor, tensión entre libertad y tragedia humana. La actualización del ideal de representación ofrece una mirada espiritual más amplia de la disciplina en la construcción de un gran ideal estético. 
El tema debatido es de gran interés para formación de bailarines que interaccionan con la estética, ya que posibilita el puente de comprensión entre la constitución de la forma sentada por “clásica”. El propósito es anclar la siguiente investigación a posibles pautas de especialización. El interés profesional me ha conducido a considerar el devenir de esta manifestación desde el análisis de sus condiciones históricas, en vías de una definición e innovación de sus categorías.

La Sílfide fue el ballet donde la bailarina María Tagliani utilizó, en 1832, por vez primera el empleo de puntas y del tutú. El libreto original pertenece a Adolphe Nourrit, está inspirado en Trilby, un cuento de Charles Nodier. La música es de Jean Schneitzhöffer y la coreografía de su padre italiano Filippo Taglioni.
La elevación del cuerpo que se logra traduce el sentir de época y la manera que el artista se concibe en el siglo XIX. No es que el ponerse de puntas se hiciera de pronto, fue el resultado de un proceso que comenzó en el siglo XVIII. Permitió un trabajo más completo del pas de deux. Se puso totalmente de puntillas y bailó haciendo amplia gala de esta técnica, estableciendo definitivamente su empleo.
María Taglioni tenía un gran dominio de la técnica, pero a ello hay que añadir un hecho que tuvo gran importancia para el ballet, hizo de la punta una forma de expresar la elevación y delicadeza que puede evocar una mujer. Algunos de los ideales simbólicos de la mujer, admirada en el romanticismo por su sensualidad y fragilidad, pueden ser atribuidos a este hito histórico. Con las puntas se modificaron los movimientos naturales, su concepción de organicidad, de libertad ya que la mujer pudo lograr imposibles con sus pies. Se iniciaron las innovaciones técnicas con estilo exótico, calidad etérea y balance precario.
Marie Taglioni era delgada y pálida. No era como las bailarinas convencionales de la época, no tenía sus atractivos sexuales; ligera, frágil y graciosa. Se presentó con un tutú, falda corta de tejido vaporoso, hecha de gasa, aureolada con una bruma de muselina para darle al movimiento de su cuerpo una apariencia liviana y sutil; pretendía simbolizar la ligereza, misterio, delicadeza y gracia. Dictó otras constantes: las zapatillas de punta de satén reforzada. Su manera de bailar era algo completamente nuevo. La irrealidad del contenido; el uso de personajes y situaciones fantásticas que expresarán la ideología de una generación y que dieron pie a la construcción de un nuevo estereotipo de mujer en el ballet: la ballerina etérea.
Los comentarios que despertó La Sílfide fueron que "amalgamaba sus cualidades y sus defectos: era delgada, y por lo tanto conseguía parecer una sombra... Aparecía y se desvanecía como una visión impalpable".[1] Taglioni tuvo gran éxito en toda Europa; inclusive se creó el verbo taglioniser para homenajearla por su rigurosa disciplina y entrenamiento técnico, y por la delicadeza de su estilo innovador, que trató de ser copiado por sus contemporáneas. 
La Sílfide es un ballet blanco en dos actos, establece un nuevo concepto escénico, el primero realista, terrenal, alegre, lleno de luz, en el cual una aldeana siente la llamada del amor. El segundo acto, irreal y misterioso se desarrolla por lo general a la luz de la luna, en un bosque poblado de seres sobrenaturales. La acción se desarrolla en una aldea escocesa y en un bosque cercano. Los seres están unidos a elfos, ondinas, seres alados del bosque y otros seres misteriosos y fantásticos, que expresan la reunión entre lo real y lo ideal, y que fascinaron la imaginación durante los años treinta y cuarenta de siglo XIX.
El argumento cuenta la historia de James, un joven escocés comprometido, amado por una sílfide a la que sólo él puede ver. El día de su boda, ella se apodera de la alianza de la novia y corre a esconderse en el bosque. Él la persigue olvidándose de su prometida. James se encuentra con una vieja hechicera a la que había denunciado tiempo atrás y que, deseosa de vengarse, le ofrece un velo con el que, según ella, podría capturar a la sílfide. El velo, está envenenado y al caer sobre la sílfide hace que pierda sus alas y la vida. En el conflicto trágico James es castigado, vislumbra a su novia en la distancia casándose con su rival.
En La Sílfide hay un momento en que ella y James tienen un contacto erótico: él la abraza y la besa y una de sus alas cae. Es un peligro para ella, pues está imposibilitada para relacionarse físicamente con su amante y en el momento en que cae en sus brazos, muere. Aquí se muestra una de las constantes del romanticismo: la dualidad del ser humano, quien vive entre lo material y lo espiritual, y sólo puede vivir una de las dos dimensiones, no la plenitud. Finalmente, James y la Sílfide representaban la contradicción cuerpo-alma.
Las poses voluptuosas fueron desvanecidas, escenas supuestamente lascivas que se interpretan con la sonrisa y los ojos. Todas las proporciones están llenas de armonía; dibujando en su conjunto siluetas gráciles, delineadas, sutiles de pureza notable en todos sus movimientos, una ligereza que se alejaba de la tierra; si puede decirse así, ella danza por todas partes como si la suspensión de la punta fuese la ingravidez de alas.
Después del estreno de La Sílfide se hicieron en toda Europa muchos trabajos inspirados por ese ballet, incluyendo parodias y periódicos publicados en Francia con ese nombre. La coreografía fue un éxito total gracias a su libreto, que será un clásico en el repertorio romántico, y también debido a la consolidación de la bailarina como un ser etéreo e irreal, imagen que se perpetúa hasta nuestros días en el ballet clásico. Su argumento es paradigma que estableció las características fundamentales del ballet romántico y su nuevo concepto escénico. La bailarina debía ser bella y el ballet esencialmente sensual. 
María Taglioni ha llegado a ser considerada como poetisa de la danza y se la ha comparado más de una vez con Lord Byron. Nació en Estocolmo, en 1804, y vivió en París para aprender el modelo francés de danza. Su padre, Filippo Taglioni, fue maestro de ballet, y compuso para ella distintas coreografías. En la historia del ballet, hay que recordar una fecha: el 10 de junio de 1822. Este día representó en Viena la Recepción de una joven ninfa en la corte de Terpsícore, un ballet compuesto por su padre como precursor romántico.
El ballet operístico “La Sílfide”, que independiza el ballet de la ópera. Discípula de Vestris, se consigue la aplicación artística y expresiva de la técnica de puntas. La sílfide es uno de los más famosos y representativos del ballet romántico, o blanco por sus connotaciones.











[1] Alain Corbin "Entre bastidores", en Historia de la vida privada. Sociedad burguesa: aspectos concretos de la vida privada, Madrid, Santillana, 1991 (Historia de la Vida Privada, 8), 139-140.

Realismo psicológico


La novela psicológica refiere a un estilo narrativo que ahonda en la explicación sobre la condición humana, mediante de la interiorización de la psique del personaje; los recursos de los que el autor se puede valer son muy variados y no excluyentes: monólogo, diálogo interno, rememoración (coincidente con el flashback), cartas, diarios. A través de todos estos aspectos narrativos, se diversifica la extensa amplitud de posibilidades diversificadas sobre el abanico extenso de contradicciones humanas, donde los sentimientos, pensamientos y libre flujo de consciencia se encuentran muy por encima de la composición de trazo de acción.
En el realismo, los autores se centran en la realidad más próxima, no ficticia o inventiva; como consecuencia suele describir la sociedad contemporánea del autor. Se considera que la obra pionera de este género narrativo se remonta al Japón del siglo XI adjudicada a Murasaki Shikibu e intitulada la Novela de Genji, o Historia de Genji. En dicha obra, se puede vislumbrar la composición interna de los personajes desde la aguda sutileza de la autora, dado que, por estar enmarcada en la realeza del período Heian, la forma de referir a las mujeres es a través de la descripción de su aspecto, mientras que los personajes masculinos son denominados por título, haciendo que dicha obra se enmarque no como novela histórica, sino como una composición que a su vez incluye paráfrasis de poesía, instaurada en profundas cavilaciones.
            La novela occidental que continuó con el abanico de posibilidades psiconarrativas del constructo interior es el Quijote de la Mancha, un hito en la literatura hispana. Mediante este angustioso personaje, el autor vela satíricamente muchas de las elucubraciones y disociaciones mentales del personaje. Si bien está construido en un conjunto de acciones que lo conducen al apego de muchos géneros clásicos, la revelación de sus ensoñaciones, tanto como el trasfondo de sus actos, posibilitan la interpretación de una psique enferma, desde el esquema de la tragicomedia.
            Las obras analizadas por el realismo psicológico que nos han legado el siglo XIX expresan la complejidad del interior psíquico conducido a la debacle humana, una realidad compleja con una dimensión extendida que rige fielmente la crisis existencial de nuestro avatar epistémico; algunos ejemplos son Crimen y castigo o Los hermanos Karamazov de Dostoievski. En estas obras el autor transmite fragmentos de la historia a través de monólogos o discursos en la voz de un personaje; puede sentirse confusión moral entre la voz del personaje con la del propio autor en muchas ocasiones además de que construye diálogos del personaje consigo mismo.
Stendhal en Rojo y negro, nos habla de un joven, modelo de las ambiciones y frustraciones de la sociedad francesa, contextualizado en la contraposición de la emergencia de clases sociales.  Con un advertido sentido crítico, sus personajes persiguen la felicidad a través de su propio beneficio; pasional, con una notada sensibilidad, la obra obtiene una expresión objetiva de la época aunada a un notable individualismo casi filosófico.
Personalmente, dos obras del existencialismo que me resultan inusitadas en el análisis del realismo psicológico son: La nausea y El extranjero. De Jean Paul Sartre y Albert Camus respectivamente. Éstas observan desde el distanciamiento psíquico posterior a la posguerra, el prototipo de hombre escéptico, perdido en un mundo en el cual nada le afecta o lo que le afecta procede de un profundo sentido de vacío interno. Marginados de una sociedad pobre e incomprensible, la muerte le sobreviene insignificante, el único dolor que precede es el de la sensación, la percepción. Estas novelas muestran fielmente la crisis existencial contemporánea, donde los autores se abstienen de proyectar la crítica moral sobre los personajes; no crean para ellos un argumento con un sentido aristotélico de acción, ni los describe minuciosamente, esa distancia de afectividad interna produce un desasosiego y una angustia existencial que se va a ver reflejada en la obra. La espontaneidad de los diálogos facilita en gran medida la lectura de la obra pero no deja de azorar un propio sentimiento de nimiedad frente a la condición humana.


La literatura realista occidental surge en la segunda mitad del siglo XIX en contraposición al romanticismo, que tendía a elevar los rasgos de los personajes a la sublimidad; intentando trasladar la realidad, representarla con el máximo grado de verosimilitud. No obstante, el término realismo psicológico, ha aparecido en las recientes líneas de investigación, por lo tanto su tematización no contiene tantos elementos comunes, si se puede fijar algunos rasgos esenciales en las novelas realistas psicológicas sería que la compleja interioridad humana, donde el factor omnisciente, omnipotente y heroico de los personajes se ve contradicho por la naturaleza de la posición humana. En ella las pulsiones, apetencias, contradictorios deseos y motivaciones se imprimen en la problemática o la propia percepción que genera cercanía por el personaje, principalmente al comprender el interior de sus apetencias.
La estructura narrativa puede no apegarse a los esquemas clásicos, debido a que el desarrollo de las acciones de los personajes suele estar lleno de profundas problemáticas internas, posicionadas en primer plano, es decir, que gracias a este complejo entramado, el Realismo psicológico tiene por componente esencial el desarrollo interno de la problemática del personaje, lo que eventualmente genera empatía con los lectores.
Formalmente el rasgo que define a esta clase de novela es la búsqueda de la verosimilitud, para ello se vale de diferentes recursos, como pueden ser las descripciones muy pormenorizadas; los personajes que evolucionan a lo largo de la obra y aparecen en varias obras del mismo autor. Es posible que en la novela de este género se unan los hechos históricos con la ficción; los personajes reales con los inventados
A grades rasgos, el modelo de análisis del realismo psicológico implica el descubrimiento de las problemáticas internas de personajes con un amplio sentido de realidad humana, sin enjuiciarlos, para tratar de describir las cualidades internas a su trazo desde su imitación por la realidad. El tiempo, la estructura narrativa, el espacio, se sobrevienen en la interioridad del narrador, pues éste apuesta por dominar la totalidad de la obra, haciendo de sus cavilaciones el sentido íntimo al que se apuesta. Donde tanto sus argumentos, justificaciones, acepciones rebasan el escenario completo de sucesos.




Filosóficamente el concepto de poiesis derivado de ποιέω, ‘hacer’ ha devenido al lenguaje occidental de la obra El banquete, de Platón, en el discurso de Diotima; posteriormente el término Poética en la ciencia Nomotética, el primer estudio sistemático sobre los rasgos del arte, la epopeya y la tragedia de Aristóteles; en su obra La poética, comprendida en Perihermeneias (de la interpretación); en esta obra, a grandes rasgos Aristóteles nos habla de elementos fundamentales dentro de la estructura dramática, que otorgan unidad de sentido, a una obra. Posteriormente la obra de Martín Heidegger El origen de la obra de arte contenida en el libro Arte y Poesía nos habla de la naturaleza de la poética como desocultamiento, o develación del ser substancial. En ella se expresa la relación de poesía y verdad con mayúsculas.
En términos literarios Paul Valéry planteó la poética como objeto de estudio en la creación, cerca del año 1937 determinando rasgos esenciales la producción de la obra en su universo y la relación entre autor, la obra y el lector; por otro lado se encuentra la valoración de la obra, avalada por los especialistas, que garantiza su transmisión a las futuras generaciones; y la observación del espíritu que produce la obra, siendo este mismo el que produce un valor.


miércoles, 29 de abril de 2020

La Tercera Crítica



El ideal de aspiración artística moderna sentó sus bases con Immanuel Kant, quién se propuso dotar de valor universal al juicio estético; su esquema pretendió trascender la base particular y singular desde la que nace, es decir, alcanzar la objetividad. Kant planteó el problema de conciliar la elucidación mecánica de la naturaleza con la explicación teleológica a raíz del concepto universal del entendimiento, expresado según la facultad de formular juicios de la sensibilidad a partir de las leyes mismas en que opera. Kant, a través los imperativos categóricos sobre el gusto y la facultad de discernir[1], determinó la cualidad de prescribir facultades cognoscitivas y receptivas bajo enunciados de juicio. (Cfr. KUK § B XII)
Kant empleó sus indagaciones sobre estética para profundizar en la relación entre el conocimiento sensible y el uso lógico del entendimiento, éste desarrolla las relaciones de subordinación y comparación entre los mismos conocimientos sensibles sin necesidad de conformación de conceptos a partir de los fenómenos. El modelo del enjuiciamiento de la actividad estética no puede ofrecer ningún fundamento prescriptivo para la lógica.
La “Tercera Crítica” fue incluida en la parte práctica de la filosofía, su significado pragmático puede considerarse un análogo de la moral, salvo que ésta incluye el análisis de los juicios estéticos sobre lo bello y lo sublime. Es una obra ambiciosa, sistemática en definición estricta, cuyos resultados son comparables con otras críticas. Nos dice Kant:
Bello es aquello que gusta en el mero enjuiciamiento (así pues, no por medio de la sensación del sentido según un | concepto del entendimiento). A partir de aquí se sigue por sí mismo que tiene que gustar al margen de cualquier interés. Sublime es aquello que gusta inmediatamente gracias a su resistencia frente al interés de los sentidos. Ambas definiciones, en tanto que definiciones (KUK §V 267- B115)
La fundamentación de lo bello aparece en la propiedad de los objetos como representaciones según relaciones de espacio y tiempo como condiciones de posibilidad a priori. La impresión de belleza está atestiguada de modo indiscutible por la receptividad de la intuición. Considera otras conmociones del juicio sublime como “…el asombro que limita con el horror, el espanto y el pavor sagrado que conmueve al espectador” (KUK §V 269- B117)

La reflexión del discernimiento estético puede adecuarse con la razón que representa al objeto mediante la carente adecuación objetiva de la imaginación, en ampliación subjetivamente teleológica. En ese sentido, su estética sistematiza y ordena las condiciones de posibilidad en que lo bello y sublime aparecen, desde la inagotable fuente reveladora del fondo invisible de lo real. Las condiciones del conocimiento sensible permiten zanjar las preferencias. Kant declara la autonomía del valor estético, donde la belleza no es una propiedad que pueda ser conocida en sí de los objetos, sino versada en el ánimo del sujeto desde el fundamento gnoseológico y sensible de la base subjetiva de la experiencia.
En la nota 70 V272 comenta que “Los afectos son específicamente diferentes de las pasiones. Aquéllos se refieren meramente al sentimiento; éstas forman parre de la capacidad de desear y son inclinaciones que dificultan o hacen imposible toda determinabílidad del arbitrio por medio de principios” Kant se problematiza sobre la relación de lo bueno y bello. La belleza provoca un placer en el fenómeno según la intuición pura que permite su constitución, pero lo bueno, se basa en el entendimiento y por lo tanto en un concepto intelectual. Exalta el potencial estéticamente sublime de un animi strenui, o animo enérgico, y establece preceptos sobre las exaltaciones que pueden provocarnos novelas y obras de teatro, degradando la sensibilería.
El sentimiento estético y el ánimo del sujeto se relacionan con el proceso gnoseológico, su efecto cognoscitivo versa en la formación además del desarrollo del conocimiento y enjuiciamiento sensible. Mediante los materiales de la sensibilidad, se ordenan las fuerzas de conocer en actividad del ánimo y la vida interna. A este proceso, Kant lo denominará: deducción de los juicios estéticos puros. Donde la pretensión de un juicio estético es la de poseer validez universal para todo sujeto requiriendo una deducción o bien la legitimación de su pretensión, desde la satisfacción o insatisfacción en la forma del objeto.
…los juicios del gusto sobre lo bello de la naturaleza. Pues la finalidad tiene entonces su fundamento en el objeto y en su figura, si bien no manifiesta la relación del mismo objeto con otros objetos según conceptos (para juicios cognoscitivos), sino meramente la atañe, en general, tanto a la | capacidad de conceptos como a la de su exhibición (que es la misma que la de la aprehensión). (KUK §V 279- B132)
Según Kant, el sujeto siente placer cuando percibe en su ánimo una actividad cuyo origen y sentido es propiamente gnoseológico. La reflexión sensible forma y la ordena formalmente las sensaciones que ha de preceder a la abstracción del entendimiento.




[1] “Kritik der Urteilskraft” se ha traducido como Crítica del Discernimiento o de la facultad de juzgar. La tradición comprende el concepto de “Juicio” escrito con mayúsculas para referirse a la facultad y diferenciarla por medio del “juicio” como su expresión. En KUK § B XXVI nos expone cómo el discernimiento es una capacidad legisladora a priori, se alude en diferencia con la aceptación de la facultad de juzgar o enjuiciar o capacidad judicativa.

Marx: a propósito de la estética



Paul Ricoeur bautizó a Marx, junto a Freud y Nietzsche, como parte de los “filósofos de la sospecha”, ya que demostraron la falsedad de la ilustración en sus valores de racionalidad y verdad. Marx fue un constructor de sistema filosófico, que puso de centro a la economía. Su método de análisis proviene del Materialismo Dialéctico; heredando el modelo de síntesis, coloca el movimiento de la historia y sus agentes en un flujo hacia la conciencia de clase que, en términos de contrarios, haría emerger la revolución.
El análisis del Capital marcó el gran cambio de paradigma en occidente.
Karl Heinrich Marx​​ no tenía la intención de publicar sus manuscritos. Se trata de apuntes incompletos e intuiciones sin desarrollar; no estableció una estética, si bien comparte cierto interés de la época por el Realismo como forma artística característicamente socialista; donde la obra artística no se reduce a sus ingredientes ideológicos ya que cumple con una función cognoscitiva: una representación de la realidad exterior y la expresión de la subjetividad. No obstante, muchas de las ideas sobre el arte desarrolladas tardíamente por sus seguidores, reestablecen osadas inferencias de la operación de sus categorías, algunas bastante válidas y otras sostenidas en el vilo de la interpretación.
La obra marxiana temprana establece conceptos operantes en toda la filosofía del trabajo: coloca en el centro de su significación conceptos tales como “fuerza de producción”, “división del trabajo”, “naturaleza objetiva”, “enajenación/alienación”. Sus aportaciones teóricas surgieron del análisis de Hegel y de sus estudios de economía política.
Marx nos habla del proceso de mercantilización del Capital en el que la propiedad privada se configura como producto de alienación, de esta forma el comunismo preserva el modelo deseable para insuflar autonomía en los agentes de la historia. La división entre proletariado (capaz de vender su fuerza de trabajo) y burguesía (como dueña del capital) persiste en la actualidad. A este respecto, en los Manuscritos del 1844: “el trabajo no sólo produce mercancías; se produce también a sí mismo y al obrero como mercancía, y justamente en la proporción en que produce mercancías en general”.[1]
Lo que el trabajador aporta en el intercambio con el capitalista es un producto, siendo simplemente dueño de su potencial, una mercancía poseedora de un valor de cambio determinado por la cantidad de trabajo que se ha necesitado para producirla. Es aquí donde nace la objetivación del valor del trabajo, desde la facultad y fuerza empleada.
En el intercambio objetivo del trabajo se dimensiona la facultad subjetiva, donde las capacidades esenciales del hombre aparecen, no sólo como unos instrumentos o medios de producción que condicionan la propia alienación. La relación del trabajador con el producto aparece en el trabajo como una relación con un objeto extraño, ajeno, independiente del productor. La división del trabajo que Marx pudo observar durante la revolución industrial demostraba la pérdida de autonomía y el fácil reemplazo del sistema de producción.
El trabajo enajenado, en la medida en que convierte el ser genérico del hombre en un simple medio para su existencia individual, lo hace un ser ajeno y extraño a sí mismo. La fuerza de trabajo es una mercancía que sólo es realizada como tal en cuanto es enajenada para otro que hace uso de ella. El obrero vende su fuerza como mercancía que es cambiada por dinero, dinero que, de hecho, sirve para consumir productos dados por el capital.
La circulación mercantil “es el movimiento en el que la enajenación general se presenta como apropiación general y la apropiación general como enajenación general”.[2] Si el trabajador intercambia el trabajo objetivado y “el capital lo adquiere, en virtud de un intercambio, como trabajo vivo, como fuerza productiva universal de la riqueza; actividad acrecentadora de la riqueza”[3]. Es así como se entiende la alienación.
En el Capitalismo persiste la esfera del Valor de Uso sobre el Valor de Cambio. En su producción, la actividad finalizada para la realización de un Valor de Uso específico, al interesarse por el Valor y no por la cosa, el capitalista convierte en prioritario no el trabajo concreto, cualitativamente distinto, sino el elemento abstracto que une todas las actividades particulares finalizadas: el simple gasto de fuerza humana del trabajador.

Para finalizar, frente a las restricciones espaciales, quisiera agregar un comentario por demás ocioso, y es que me resulta particular que en la actualidad se enseña más sobre Marx y el flujo del Capital en universidades de modelos neoliberales que en escuelas y grupos considerados socialistas.






[1] Marx, C. (1969). Manuscritos: economía y filosofía. 2" ed. (F. Rubio Llorente, trad.). Madrid: Alianza Editorial, p. 55
[2] Ibid.: 94
[3] ibídem

Arte y objetualidad



Michael Fried comenzó su actividad como crítico en los años 60’s bajo la influencia de Clement Greenberg. Durante esta etapa la pintura llegó a la cima de la autorreferencialidad; sus intereses se dirigieron hacia una práctica gestual, espontánea e irreflexiva en el expresionismo abstracto y art autre en EEUU, tanto como en el informalismo y tachismo de Europa. Greenberg se posicionó en favor de una abstracción autorreferencial que tiene un efecto reduccionista sobre la pintura abstracta en general, en el mismo sentido que Michael Fried cuestiona el “autoengaño del literalismo” y la “teoría de la teatralidad”.
            Michael Fried, en “Arte y objetualidad” pretende definir el minimalismo o arte minimal ABC como literalismo: “Desde el principio, el arte literalista fue algo más que un nuevo episodio en la historia del gusto”. Se debe recapitular que desde las vanguardias del siglo XIX el artificio de la profundidad y la relación del espectador se vieron obligadas a cambiar; en el expresionismo abstracto la destrucción del espacio ilusorio fue de una forma más radical. La crisis de la ilusión pasó a ser la crisis de la representación.
            La pintura tenía el carácter de convertir la bidimensionalidad en tridimensionalidad; presentando literalmente un objeto material en un espacio donde el espectador ha pasado a eliminar la apreciación pictórica que sirvió en el ilusionismo del pasado. “El alegato literalista en contra de la pintura descansa en dos consideraciones principales: el tipo de carácter relacional de casi cualquier pintura; y la ubicuidad o, de hecho, la virtual inevitabilidad de la ilusión pictórica.”
            “La pintura es vista aquí como un arte al borde del agotamiento y cuya gama de soluciones aceptables para un problema básico –cómo organizar la superficie de la imagen– enfrenta severas restricciones”. Los problemas intrínsecos de la pintura moderna como las relaciones internas en el espacio del cuadro, orden de los elementos, composición, color y tipo de pincelada sugiere el mismo problema enfrentado por la estructura pictórica, es decir, el problema de justificación de la organización global del espacio concebido en términos de “reconocimiento” de la literalidad del medio.
            El agotamiento de la pintura y los recursos del arte tiene por consecuencia la ostentación de objetos sin pretensiones, sin condición artística en estado de objetualidad. La teatralidad del literalismo se sostiene en la relación con el espectador en su inclusión.
Deseo proponer la siguiente respuesta: la adhesión literalista a la objetualidad no es más que la defensa de un nuevo género de teatro; y el teatro constituye ahora la negación del arte. La sensibilidad literalista es teatral porque, para comenzar, le preocupan las circunstancias concretas en las que el espectador se encuentra con la obra literalista
            En el nivel de la relación de la obra con el espectador, la actitud retórica define la teatralidad, que opone lo abierto, mientras que la absorción es cerrada. El primer contacto del espacio teatral parte de la percepción y la Gestalt, donde se articula un sistema de objetos y la figura es su cualidad esencial para ser objeto propio.
            El vínculo entre lo teatral y la “problemática de cierre” se afirma en la autonomía artística; la concepción abstracta y no representativa de la obra es antiteatral; donde la capacidad de los bordes y límites de la representación determinan esa independencia. Con el objetivo de construir una integralidad que haga del objeto la unidad de la figura; sin disgregar la obra como totalidad: “El objeto, no el espectador, debe seguir siendo el centro o foco de la situación, pero la situación en sí le pertenece al espectador, es su situación.”
            La relación del espectador es lo que determina la obra literalista con la teatralidad. La obra se niega a sí misma, debido a su incompletitud, la obra necesita del espectador para funcionar, confrontándolo e interpelándolo; sólo así las operaciones de la obra se completan, de lo contrario, la obra desaparece por insuficiencia.




Frank Stella Feneralia from the Imaginary places series 1994–97, National Gallery of Australia, Canberra, gift of Kenneth Tyler 2002




Fried, Michael. “Arte y objetualidad”, en: Arte y objetualidad. Ensayos y reseñas. Madrid: A. Machado Libros, 2004