El
interés de los griegos por el arte dancístico fue secularizándose hasta fijar
los valores de su cultura en las representaciones artísticas, con una clara
motivación y placer estéticos. El arte griego puede caracterizarse someramente
por la búsqueda la belleza, el equilibrio y la armonía. Que estaban marcados
desde el desarrollo de la infancia de los ciudadanos.
En
Grecia, como se ha visto, el culto al cuerpo fue uno de los elementos
fundamentales de la formación integral del individuo. La Danza y el baile
supondrán durante muchos siglos un arma de gran poder. No suena descabellado
admitir que de esta cultura hemos heredado muchos ideales, desde el sistema de
democracia hasta el ideal de cuerpo atlético.
Platón reflexiona en
las Leyes sobre la mejor danza y la mejor música, que es la heredada de los
antiguos, y por eso dice1 que “el legislador no debe cambiar nada relacionado
con la danza ni el canto”[1].
La danza como tal es fundamental: a través de ella se aprenderá tanto ritmo
como armonía, pues con la música se llega al alma para la educación de la
virtud y con el movimiento corporal educado y bello se alcanza la virtud del
cuerpo.
En las reflexiones
sobre un Estado Ideal, el papel que conduce a despertar la virtud en las almas,
el primero que debe mostrarla es el propio músico, que debe ser un experto
conocedor en su materia. Platón espera que el aedo, el poeta, deba ser experto
mediante su educación en la danza, la música y la materia del canto, para poder
ser conductor de los caracteres y los jóvenes amen la virtud. Y la virtud no se
ama, desde luego, bailando una danza completamente ebrio o al modo de un
Hipoclides.[2] Esta
condena se hará presente contra las dionisiacas.
Platón estipula que el
baile será de tres clases según las edades de los ciudadanos: los niños se
agruparán en coros que sigan los dictados de las Musas; hasta los treinta años
el baile seguirá a Apolo; y sólo a partir de ahí y hasta los sesenta el baile
puede ser dionisiaco, con todo lo que supone de éxtasis, de salida de uno mismo
y de licencia[3]. Esta
distribución de la ciudadanía debe entenderse como la búsqueda deliberada de un
sistema de danza en primer lugar no individual o personal, sino en función del
bien de la colectividad y participación.
Las danzas orgiásticas
no son adecuadas, y por eso pueden ser practicadas por ciudadanos cuyos cuerpos
no transmiten la belleza de antaño. Según Platón, las danzas orgiásticas no
forman caracteres porque resultan de la previa debilidad y deterioro del alma.
Todo en pos de la virtud; porque la belleza es virtud. Para él hay que poner
mucho cuidado en la música y la danza que practican los jóvenes, pues una
degeneración de estas artes llevaría a la degeneración moral y la corrupción de
la virtud.
Platón siguiendo a
Damón, introduce la educación musical y la danza en el programa de medidas políticas
encaminadas a la definición del Estado ideal que desarrolló en sus diálogos. La
música ejerce un poder en el espíritu, y por tanto en la sociedad, de forma que
cualquier innovación puede resultar peligrosa para el orden y equilibrio del
Estado.
Citando
a Platón, nos dice: "Mas, ¿qué clase de educación van a recibir? ¿Mejor
acaso que la que predicamos desde tiempo inmemorial? Esta no es otra que la
gimnasia para el desarrollo del cuerpo y la música para la formación del
alma"[4].
Pero ¿a qué danza se refiere aquí Platón?, ¿qué y cómo era entonces la danza?
La
instrucción que hay que dar es doble, por así decirlo: debe formar el cuerpo
por medio de la gimnasia, y el alma por medio de la música. Ahora bien: la
gimnástica misma tiene dos partes definidas: la danza y la lucha. A su vez, la
danza o bien imita las palabras de la Musa y procura expresar fielmente lo que
ellas tienen de noble y libre, o bien tiende a conservar el vigor, la agilidad
y la belleza en los miembros y en las demás partes del cuerpo, dándoles el grado
de flexibilidad o extensión deseado, moviéndolos según el ritmo que es propio
de cada uno y que se reparte en toda la danza infundiéndose exactamente en
ella... Tampoco hay que olvidar todo lo que ofrecen los coros de danza, como
temas de imitación decorosa; hay que citar aquí, por ejemplo, las danzas con
armas de los curetes, y en Lacedemonia, las de los Dioscuros...".[5]
Platón inaugura un
programa estético referido a la danza en el que la belleza –y por ende la
virtud– se consigue mediante la imitación de “cuerpos bellos en aspecto serio”,
que por ejemplo muestran un alma valiente en la guerra; de ahí, entonces, la
danza llamada pírrica a la, en la que se imita el tiro con arco, la jabalina o
golpes en los escudos; o, por otro lado, la imitación del alma prudente en
“placeres mesurados”, lo que se llama danza “pacífica”. Lo que señala "el elemento técnico nos es ya
familiar: manejo de las armas, deportes y juegos caballerescos, artes musicales
(canto, lira, danza) y oratoria; trato social, experiencia mundana;
prudencia..."[6].
Para Platón, las
posturas bellas en la danza son todas aquellas que “se atienen a la virtud del
alma o del cuerpo, sean de ella misma o de una imagen”; recordemos que en otros
escritos Platón había expulsado a los poetas de su Estado ideal, porque en sus
creaciones tienden a imitar los impulsos más bajos del alma, de la parte del
alma más irracional, mientras que es extremadamente difícil que un poeta tenga
éxito si quiere seguir la parte más noble y racional del alma.
Platón comenta que en
“los jóvenes del Estado deben ejercitar habitualmente bellas posturas y bellas
melodías para formar sus hábitos”,[7]
resulta que hay un camino de ida y vuelta en la imitación. Si al bailar se
imita una situación virtuosa o bella, o lo hacemos de una manera hermosa,
estaremos mejorando nuestra alma[8].
El alma entra en
comunión y armonía en una especie de catarsis mediante el movimiento del propio
cuerpo. Ese era el papel de las danzas curativas. Desde el alma hasta quien
recibe los impulsos rítmicos y sonoros, y por ende sobre el cuerpo. Mediante la
danza que es hermosa y no grotesca formamos nuestros hábitos, y seremos mejores
ciudadanos. Al bailar de esta forma, influimos sobre los demás, sobre quienes
observan la danza, haciendo que ellos también mejoren a su vez. Tanto educación
como curación se hacen a través del movimiento del alma. Platón lo compara al
movimiento que la madre imprime a su hijo para que se duerma, tranquilizando
así su alma. De este modo los movimientos ordenados de los danzarines llevan al
alma del espectador armonía, orden y ley; en cambio, las almas desequilibradas
se refl ejan en los movimientos extáticos.
La
virtud sólo se va a alcanzar si la danza imita acciones bellas o caracteres
virtuosos, como indicaba Aristóteles, y no en la imitación de un virtuoso
danzarín. El término mímesis surgió cuando en los rituales y cultos de
iniciación el sacerdote danzaba y cantaba: la imitación sería entonces
imitación de una realidad interna del individuo, no de algo externo. la
imitación más la expresión provocan la identificación del espectador con el
danzarín. Al aceptar que el ritmo y las armonías melódicas son imitación de la
vida, es más inteligible el concepto de imitación en la danza, porque podemos
extenderlo hasta la noción de “representación”.[9]
La
Danza está presente en multitud de obras de teatro, ya fueran comedia o
tragedia y todas estas obras se preciaban de tener una parte dedicada a la
misma. Estaba integrada en la forma de vida social, e incluso en la base de la
educación homérica.
Aristóteles es
partidario de la “catarsis homeopática”, imitando el vicio del que debe
liberarse el espíritu. En definitiva, estos autores están reafirmando la
capacidad mimética que tiene la música respecto a las pasiones o estados del
alma mediante la transformación del coro ditirámbico cuadrado a cíclico: los
coreutas dejan de ejecutar sus danzas a la manera procesional para disponerse
en torno a altar, realizando un movimiento, y luego en el contrario siguiendo
el mismo esquema rítmico (antiestrofa) para acabar realizando sus
desplazamientos en un área más restringida. Éste podría ser uno de los efectos
de las malas artes en la música, en la danza y en su imitación: véase cómo el
público cae en el más absoluto desorden por culpa del exceso del bailarín; un
exceso que se produce al sobrepasar los límites de la imitación.
[1] Platón. Las leyes o la
legislación. 816 c; cf. R. 530c.
[2] Ibíd.
Lg. 672e ss. Y Lg. 670d-e.
[3] Ibíd.
Lg. 664c ss.
[4] PLATÓN en La República, o
de la justicia (1981, 696
[5] PLATÓN, Las Leyes, o de la
legislación (1981, 1392-1393),
[6] MARROU, H. I. - Historia
de la educación en la antigüedad. Madrid. Akal . 1985, p. 26
[7] PLATÓN en Las Leyes. Lg. 814e ss.
[8] Lg. 655b. “Que los
jóvenes no sólo dancen bien, sino incluso el bien”: M. Zielinski, La
Religion de la Grèce antique, Paris 1926, pp.67-68, citado por Choza de
Garay, op.cit., p. 66
[9] Danza de Oriente y Danza de Occidente.
Óp. Cit. P 63