martes, 23 de abril de 2024

La Danza en la Grecia Clásica (Parte IV)

 

LA EXCELENCIA DEL ALMA (Aspecto axiológico)

En el transcurso de la investigación se ha observado que no es posible hablar de Grecia antigua como unidad política, ya que el sistema predominante fue el de las Polis: ciudades estado independientes; lo que explica que no dejaban de ser coyunturales si bien es cierto que crearon alianzas y confederaciones.

El sistema político, cultural y social de la democracia constituía una de las formas de gobierno más equilibradas de la Antigüedad, lo que, sin duda generó una tendencia a la armonía y la sutileza buscada al interior de su código ético. Situación por la cual el pensamiento filosófico de una época no necesariamente implica una visión unificada del proceder de cada ciudad.

Para Vernant[1] esta respuesta está vinculada al conjunto de condiciones que condujeron a Grecia de la civilización palacial micénica, muy próxima a los reinos orientales de aquel tiempo, al universo social y espiritual de la Polis. Vernant, continuando con la exposición coloca los rasgos que, a su juicio, caracterizan el comienzo de la filosofía y de la ciencia griegas, engarzados entre sí y estrechamente relacionados. A saber:

1.      Carácter profano y positivo. Es decir, el pensamiento ya es ajeno a la religión. Las explicaciones que los primeros filósofos dan a la génesis del cosmos y a los fenómenos naturales son de espíritu plenamente positivo. Se ignoran a sabiendas y con premeditación y alevosía las Potencias divinas.

2.      Noción de un orden de la naturaleza concebido de manera abstracta y fundado sobre relaciones de estricta igualdad. El orden cósmico ya no descansa sobre el poder de un dios soberano, sino sobre una ley inmanente al universo, una regla de reparto (nomos) que impone a todos los elementos que constituyen la naturaleza un orden igualitario. Ninguno manda sobre otro.

3.      Visión geométrica de un universo situado en un espacio homogéneo y simétrico. El mundo físico se concibe y proyecta en un marco espacial que ya no se define por sus cualidades religiosas de fasto o nefasto, de celeste o infernal, sino que está hecho de relaciones recíprocas, simétricas, reversibles.

El riesgo de establecer una unidad de continuidad sobre determinados pensadores, su influencia y participación en la forma de concebir la vida artística puede ser imprecisa. Quizá hasta especular sobre su directa influencia en la apreciación ciudadana y esclava. Si bien algunos pensadores como Aristóteles o Platón formaron parte importante en el análisis del Estado, al reflexionar por ejemplo en materia política, pedagógica y artística; es cierto que otras escuelas filosóficas pueden tener tesis contrarias que también asumieron algunos ciudadanos. Escuelas como el hedonismo, estoicismo, los pitagóricos tuvieron influencia en la axiología e incluso fueron consejeros o representantes de cargos sociales. Por lo tanto, es incierto determinar en qué medida se compartía de la visión general de los valores.

En la elaboración del concepto Danza disciplinada, la determinación de valores seculares y en la identidad general de las costumbres, pues no apela a las condiciones iníciales de los campos de experiencia previos al ámbito de conocimiento filosófico, pero son las apropiadas para aplicarse al modelo de estudio. La discusión entre el análisis estético, la experiencia estética y los estadios del arte no son propios de la investigación. No obstante, el planteamiento aquí señalado imprime la necesidad de consideración de la participación y valoración del ciudadano en la polis de frente a la expectación o ejecución de una actividad artística. 

Los griegos no inventaron en sí el arte. No crearon de la nada, y si bien Oriente como las antiguas culturas de los países mediterráneos, les proporcionaron formas primitivas que los modificaron, sí parecen ser quienes dieron unidad de sentido al término, al hacer análisis de las relaciones del conocimiento sensible, los objetos ideales de belleza, el lenguaje, la contemplación y otras cualidades capaces de ser aplicadas bajo categorías.

 El modelo de arte en cuanto que estética se da en predominio de la sensibilidad externa (aísthesis) y por lo tanto el contenido se va reduciendo a mero dato sensible (aiszthetón). El análisis estético funge en cuanto se percibe nuestro objeto de estudio mediante los dos sentidos privilegiados por los griegos, la vista y el oído: mediante el oído percibimos el ritmo en la melodía, y mediante la vista lo percibimos en la danza (lo que es prueba de que el mismo ritmo gobernaba la danza, la poesía y la música).

Ahora bien, que lo bueno, lo bello y lo verdadero estén, desde una perspectiva trascendental, en pie de igualdad metafísica quiere decir que la constitución de la realidad llevada a cabo por tales ideas se articulará de modo que lo bueno aparezca como bello y ambos en su determinación de verdadero; o a la inversa, que lo verdadero sea la iluminación en lo que luce lo bello y ambos la trabazón de la bondad epifánica del Ser.

El arte tradicional se inscribe en la unidad trascendental e identidad ontológica recogida por la elaboración platónica de Verdad, Bondad y Belleza.[2]El término que usualmente se traduce por virtud (areté) de manera primaria significa bondad y excelencia. Dichos términos mantienen la íntima relación con una visión mucho más general de constitución del individuo dentro de la formación ontológica de la belleza, en dónde el arte es un plano general de la vida y no una actividad autónoma.

El arte se presenta como heteronomía esencial. Por tanto no existe autonomía o emancipación en lo que se refiere al arte o al artista: el arte está comprometido fundamentalmente con lo bueno y lo verdadero, de la misma manera que al artista, en su labor específica, no le son ajenas las ideas de bondad y verdad; es más, en la medida en que el mismo Bien posee prioridad ontológica sobre los otros dos trascendentales…En última instancia, arte y belleza se subsumen en la categoría superior de Bien, y la misma actividad del artista tiene como misión no tanto crear cosas bellas como cosas buenas (aunque en realidad ambos conceptos son inseparables).[3]

Y quizá la belleza no se encuentra como cualidad de las cosas, sino que arte y belleza se encuadran en pautas que están en función de la totalidad en la que el Ser se manifiesta. Y dentro de esta totalidad, Bien, Verdad y Belleza resumen la función ontológica del arte. Por otro lado, si el arte cumple su función unificadora será si no se disemina en la multiplicidad de lo estético. Siguiendo el prólogo de Danza Oriental y Occidental, se considera que es a partir de la estética que se abre el ámbito de la pura abstracción, donde la falta de determinación ontológica termina disolviendo el arte mismo, de esa forma el sujeto se identifica a sí mismo en el arte y la experiencia misma:

 La estética es la oposición al arte tradicional en la medida en que lleva consigo el predominio del sujeto individual y de su experiencia de lo múltiple como constituyentes del arte. La pérdida del referente ontológico en favor de la impresión estética desfonda el contenido mismo del arte y de su experiencia sacral. La disgregación de lo múltiple propia de la estética termina con la labor unificadora del arte tradicional. [4]

Rosa Rodríguez López, en Ritmo y Paideía[5] nos ofrece la valoración de  Mousiké como un instrumento educativo, elemento constitutivo de la paideia. Insiste en el valor moralista y pedagógico de la música, según su lectura de Platón, identificada con la sabiduría suprema.

El ideal de unidad de sentido “Mousiké” era significante, dice, dotado de mayor contenido que su objetivo en la educación (alcanzar la condición de ciudadano virtuoso en la polis griega) era el triángulo equilátero perfecto cuyos vértices son el sonido, la palabra y la danza. En una correcta adecuación a la unidad de elevación sobre los espíritus.

La explicación de esta idea que no ofrece la autora se expone Aristóteles en “La Política”, tanto como  Platón en “Las Leyes” y “La República”. El pensamiento de Aristóteles, es consecuencia de una evolución sustentada en su estrato primigenio en la tradición colectiva. Por decir de la fiesta, en dónde el mito que confiere a la música supone un origen divino. Mousiké en ese sentido incorpora el elemento ético y pedagógico, mientras mousiké como mímesis, representación que proporciona la purificación. Y esto ha de tener una directa correspondencia con la función de la poética. Mousiké funge como estrategia para el acceso de la razón, en contemplación de la verdad en sentido de sabiduría.

Rodríguez López señala, finalmente, que sonido, palabra y danza son los vértices del triángulo entrelazados por el elemento articulador que supone el ritmo. Por lo tanto, es interesante expresar que la asociación de mousiké y paideia desde la Grecia clásica. Ya sea en el mito, en el rito colectivo (que interpreta el aspecto donado por las Musas) y en la comprensión de los pitagóricos, quienes lograron recoger toda la tradición terapéutico-catárquica de la música, plantear la metafísica del número y la armonía. El ritmo musical penetra por los dos canales que llegan directamente al alma, a la psyché.

Para los antiguos griegos, la base de la religión se encuentra más en el ritual que en un conjunto de creencias. Cabe destacar que la búsqueda del equilibrio y armonía que persiste en el pensamiento, independientemente del foco en consideración otorga primacía a la areté, como unidad de lo bello, lo bueno, y lo virtuoso. Estas consideraciones en torno a la belleza que aún se encuentran atravesados por mitos, creencias y fábulas.

Los griegos distinguían de la belleza –como Diosa- las gracias  puesto que éstas eran representadas por atributos que podían ser separados de la diosa de la belleza; solo la diosa de la belleza es la que lleva el cinturón de los encantos y los concede. Toda gracia es bella, ya que el cinturón de los encantos es propiedad de la diosa de Cnido[6]; pero no todo lo bello es gracia. Sin embargo, la diosa de la belleza puede desprenderse de su cinturón y transferir su virtud a un ser menos bello. La gracia no es exclusiva de lo bello, sino que puede también pasar, aunque siempre únicamente de la mano de lo “bello”, a lo “menos bello” y a lo “no bello”.

El sentimiento de los griegos distinguió lo que todavía la razón no era capaz de precisar;  tomó de la fantasía homérica imágenes, dado que el entendimiento no podía ofrecerle aún conceptos. Aquel mito demuestra que la gracia es una belleza en movimiento; es decir, que puede originarse casualmente en su sujeto y cesar de la misma manera. Diferenciada de la belleza fija, que está con el ciudadano mismo.  El sentido del mito griego es que la gracia se transforme en una cualidad. La determinación del hombre que participa en la belleza de su estructura sólo lo hace en su representación en el mundo sensible.

Por otro lado, el atributo de la Virtud no debe, desde su separación y lejanía, determinar el modo de ser de los entes en modo alguno, si no es mediante la solución platónica que consiste en la teoría de la participación, en la que los entes-copias imitarían a las ideas-ser por un proceso del que Platón, según Heidegger, no alcanza a dar cuenta.[7]

Se distingue entre atributo y esencia, entre Ser y desplegado según esta unidad de Virtud en un mundo trascendente de las Ideas, debido a que esta operación de acceso al ser define todo aquello que se nos presenta de alguna forma. En ese mismo sentido es que Heidegger señala que para Platón se estaría ontificando al ser. Siguiendo la idea de Virtud, admite que por Ser se entiende mundo transcendente de las Ideas. Y la pluralidad de ideas, responde a la característica de la univocidad del ser. Sólo hay un camino en Platón que nos convendría seguir e interpretar, en cuanto que sí constituye una expresión ontológica, en cuanto que presenta la univocidad del ser, y es la Idea del Bien, entendido como Bien ontológico.

“El Bien” asegura la apariencia del aspecto, que es donde lo presente llega a dejar constancia de lo que es. Por este seguro un ente queda retenido y “sabido” en el ser. De la esencia de la idea suprema provendrá para toda mirada y acción circunspecta y sensatamente, sea en asuntos privados, bien en negocios públicos, debe tener ante la vista está (idea, que, por hacer posible la esencia misma de la idea, se llama Bien[8]

Heidegger faculta la exigencia de dar objetividad y solidez a los principios de los que parte la experiencia, en una realidad ultrafenoménica. Si el Bien ontológico, es condición para ser la Idea de las ideas, se debe a que no podría ser participado por todas las ideas ontológicas. El Bien ontológico es modal, es un modo de ser: ser solamente cada uno lo que es: une y distancia las ideas y lo que une y separa es un límite, es el límite constituyente. Con este enfoque,  los valores ideales de Virtud son los de la Verdad en el sujeto, y se transmitirán en el movimiento de búsqueda de belleza, de susceptibilidad y religiosidad.

Los primeros griegos tuvieron que enfrentarse a esa manera de entender el mundo, con una rotunda fuerza en la tradición. En ese sentido, Emilio Lledó pensará que una teoría ética debe de reflexionar sobre la conducta de los hombres, sobre su organización práctica en una sociedad dinámica. Es decir, reflexionar sobre el hacer como condición fundamental de un espacio social en el que no se encuentran códigos abstractos:

Ethos no brota de la reflexión, del pensamiento que interpreta la experiencia, sino que solidifica en las obras y en la actividad de los hombres. La red que se teje entre los individuos determina los niveles de lo posible y cerca el espacio de lo necesario. Esa red amplía el horizonte de las propias necesidades hacia la posibilidad que trazan las necesidades de los otros. [9]

La abierta interpretación del diálogo Filebo[10] comenta que el páthos, la afección, produce el éthos en el alma. Dicho de otro modo, que las variaciones de ritmo producen variaciones de carácter considerado una disposición ética. Por ello, música y danza intervenía en la curación de un enfermo, pues el ritmo producía una afección que llegaba por los canales de vista y oído directamente al alma; y el alma restablecía armonía, capaz de ser modificada en “ajuste” de sus componentes. El ritmo produce una afección o páthos en el alma y modifica el carácter, es por los caracteres (de éthe) de cada ritmo en particular, y estos caracteres alcanzan en la melodía, la poesía y la danza.

El ritmo tiene un carácter propio, un éthos particular, nos comenta Platón entorno a su  maestro de música Damón; afirma que los ritmos son bíou mimémata, “…imitaciones de la vida”[11]. Para él, el canto y la danza se producen al existir un movimiento en el alma: los cantos y danzas que son bellos hacen que las almas sean bellas, y viceversa. El carácter o éthos de la danza está conectado con el ritmo del texto y con las notas de la música; pero el danzarín revela el suyo propio al bailar. Platón se adelantó al comprender que la imitación ha de ser de cosas bellas y útiles para la virtud.

Para los griegos, el movimiento es de pies, de manos, de todo el cuerpo. El gesto, que vendría a traducir la palabra griega deíxis, ya no es tan fácil de comprender, pues según Plutarco, “muestra en sentido estricto las cosas en sí: la tierra, el cielo, a sí mismos, a los que están cerca”. Y añade que se parece a los nombres propios en la poesía. Este gesto está claro que no es sin más un movimiento de las manos, o un señalamiento cualquiera. Vendría a ser más bien un “retrato” en la danza, de una persona, de una cosa, en el que los gestos de las manos jugarían un papel importante. [12]

Ahora bien, dentro de las formas y funciones del estado Griego, el valor que se le asignaba al desarrollo del ciudadano se imbricaba con el desarrollo de sus potencialidades: en la política se haya la culminación de la ética y la estética, la pedagogía de la belleza. La asimetría de un proyecto político y estético se encuentra en función de que, desde la concepción de Platón hasta la de Aristóteles, los juegos y los relatos míticos tienen un importante valor educativo en la medida en que permiten acostumbrar a los niños desde pequeños en los buenos hábitos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] VERNANT, Jean – Pierre. Óp. cit. P. 46- 48

[2] Ibídem.

[3]  En: Danza de Oriente y Danza de Occidente. CHOZA, Jacinto. De GARAY, Jesús. Coord. Ed. Thémata. P. 25

[4] ANTÓN, Pacheco. José Antonio. Arte Símbolo y tradición.  En: Danza de Oriente y Danza de Occidente. Óp. Cit.  P. 33

[5] En: Danza de Oriente y Danza de Occidente. Óp. Cit.  P. 37-39

[6]TURER, Manso Armando. Genealogía de la filosofía. Revista virtual. Junio 2008. En:  http://www.turemanso.com.ar/fuego/filosofia/genealogia.html

[7] HEIDEGGER, Martin. Doctrina de la verdad según Platón. Trad.Juan García Bacca, Venezuela, 1998 p. 8

[8] Ibíd. P. 22

[9]  LLEDÓ, Emilio. El mundo homérico. En .Historia de la ética 1: De los griegos al renacimiento. Victoria Camps com. Ed. Crítica, Barcelona. P. 17

[10] FITTON, J. W.: “Greek Dance”, Classical Quarterly 23 (1973),p.270.

[11] PLATÓN, República, 400ª. Citado en Ídem.

[12] CF.  Danza de Oriente y Danza de Occidente. Óp. Cit.  P. 66

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